Existe un factor que muchas veces se pasa por alto y que, sin embargo, ejerce una influencia decisiva en la percepción de los consumidores: el packaging o envase del producto. Se considera que el envase no solo protege y conserva el artículo, sino que actúa como un portavoz silencioso de la marca, capaz de comunicar valores, calidad y propuestas de estilo.

Un ejemplo clásico de la importancia del packaging puede verse en marcas de lujo que utilizan cajas minimalistas con materiales de alta calidad, transmitiendo una sensación de exclusividad. Por otro lado, marcas juveniles o ecológicas se inclinan por envases de cartón reciclado, ilustraciones llamativas o mensajes divertidos que refuerzan su identidad fresca y responsable con el medio ambiente. En ambos casos, se pone de manifiesto que el envoltorio refuerza y complementa la experiencia de compra, influyendo en la decisión de adquisición.

Dentro de la tienda física, el packaging cobra vida en los expositores, las repisas y los mostradores. Un producto con un diseño de envase atractivo suele captar la atención sin necesidad de recursos adicionales. A esto se le llama “self-selling packaging”: un envase que se vende por sí solo y que, estratégicamente posicionado, aumenta la probabilidad de que el cliente se acerque a indagar más. Es fundamental, por tanto, planificar la forma en que los envases se agrupan para crear bloques visuales coherentes, enfatizando los contrastes de color o las formas.

En este sentido, el packaging puede considerarse un recurso de storytelling. Supongamos que una marca de comida orgánica desea destacar sus ingredientes naturales. El diseño del envase podría incluir ilustraciones botánicas, tipografías artesanales y una paleta de colores verdes y terrosos. Al exhibir estos productos en la tienda, se refuerza el mensaje de cercanía con la naturaleza, provocando que el comprador se sienta partícipe de una filosofía de vida saludable. Así, el packaging no solo “habla” del producto, sino también de la filosofía de la empresa.

Otro aspecto esencial es la usabilidad. Un envase debe ser práctico en cuanto a apertura, almacenaje y transporte. Si los clientes perciben que el producto es difícil de manejar o se daña con facilidad, la experiencia global puede verse afectada de forma negativa. Desde la perspectiva del merchandising, esto se traduce en la necesidad de diseñar envases que cumplan con la normativa legal de etiquetado, pero que también sean ergonómicos y tengan la resistencia adecuada.

No hay que olvidar el poder de las ediciones limitadas. Muchas marcas lanzan envases especiales en fechas concretas (Navidad, San Valentín, aniversario de la empresa) o colaboraciones artísticas para atraer la atención de coleccionistas y amantes de lo exclusivo. Dichas ediciones, exhibidas en un lugar destacado de la tienda, generan curiosidad y urgencia de compra. Además, fomentan la rotación del stock, un factor clave en la rentabilidad de cualquier negocio minorista.

Desde la perspectiva de la presentación en el punto de venta, el packaging se integra a las técnicas de visual merchandising para componer composiciones equilibradas y atractivas. El profesional que diseña la exhibición debe tener en cuenta formas, texturas y gamas cromáticas de los envases, combinándolos con otros elementos (cartelería, displays, ambientación) a fin de crear un discurso único y armonioso.

El packaging no es un mero envoltorio: se erige como un canal de comunicación que fortalece la relación entre producto, marca y cliente. Cuando está bien concebido, facilita la labor de merchandising, ahorra recursos promocionales y potencia la imagen corporativa. En un mercado cada vez más competitivo, el envase se convierte en un diferenciador esencial que logra que el producto “hable” directamente al consumidor y, en última instancia, impulse la decisión de compra.

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